25.5.07

Das Manifest von Menschenhass


Can't you see? I'm easily bothered by persistance. One step from lashing out at you. You want in to get under my skin and call yourself a friend. I've got more friends like you. What do I do?
Is there no standard anymore? What it takes, who I am, where I've been, belong. You can't be something you're not. Be yourself, by yourself, stay away from me.
A lesson learned in life. Known from the dawn of time...
Respect. Walk. What do you say? Respect. Walk. Are you talking to me?
Run your mouth when I'm not around it's easy to achieve. You cry to weak friends that sympatize. Can you hear the violins playing your song? Those same friends tell me your every word.
Is there no standard anymore? What it takes, who I am, where I've been, belong. You can't be something you're not. Be yourself, by yourself, stay away from me.
A lesson learned in life. Known from the dawn of time...
Respect. Walk. What do you say? Respect. Walk. Are you talking to me? Are you talking to me?
No way, punk.

Foto: Undisputed attitude

14.5.07

Supuestos


Llegó presuponiendo una luna que lo iluminara por debajo, con sus terciopelos líricos de agua áspera, ésa que se ve en un asfalto plegado en la arena, una luz descompuesta por lo vano de la cubierta de un Bentley negro, que frena, se desplaza en hidroplaneo, y comunica su resplandor hacia un portón de madera lustrada.
Viene de otra ciudad. No hay manera de saber cuál, pero queda algo de oscuridad en el reflejo que no produce la pintura opaca.
Habría que postular el advenimiento de una sombra que intercepte la posibilidad de eludir un charco. De esta manera, el conductor abriría la puerta con ánimo de palpar la densidad pluvial, pondría el zapato izquierdo y lustroso en un pavimento que lo deformara, variaría el equilibrio para que el sobretodo se manifieste en su capilaridad, y se aferraría al tapizado de cuero para eyectarse a la decisión de mojarse de una vez.
La puerta se cerrará impulsada por unos guantes de cuero, el cigarrillo prendido de antemano humeará un acontecimiento de fuegos y aguas, y palpitará el oxímoron de que convivan un momento hasta que se quiebre en una fiebre apagada de gotas que hierven en una brasa.
Una gota que hierve, dos gotas que hierven, la tercera cae de una manera indiferente, y la cuarta lo terminó de apagar. No más oxímoron. Agua. Tabaco mojado, seda que se vuelve amarronada, se hace una pasta homogénea que se olvidará de ser un cilindro prefabricado.
Como si esto alcanzara para desfuncionalizarse, el pie derecho se encarga de dividir la pasta en las porosidades que servían de sustento: las porosidades del asfalto, por supuesto.
Hay una angustia que amanece en este momento, una que es voluntaria. Amanece porque quiere su fisiología, porque quiere imponerse la necesidad de reflexionar acerca de la pérdida sangrienta. Pérdida de la Posibilidad. La pérdida del Ahora que ya es vana anécdota, que ya es literatura, y que se impone como el recuerdo de un humo que ya es asfalto y suciedad: una cosa es poseída por la otra, la suciedad pertenece al asfalto mojado, y nunca más a lo que pretende ser una individualidad que fuma por placer justamente cuando el vicio se hace patente en un síndrome nihilofóbico, en la contemplación de una y sólo una nada a medio fumar.
Empedrar las exigencias de una salud, mirar a los vapores que se manifiestan en el sollozo de una maquinaria, en los suburbios de las luminarias, en las penas elegidas de antemano. Eso es lo que siente en el momento.
Podrá fumar muchas veces, las etiquetas son así, son siempre la misma. Como el fuego de algún escritor, todas las etiquetas la etiqueta. Número finito de posibilidades. Uno, dos, cuatro, dieciséis, hasta veinte cigarrillos. Veintidós posibilidades. Que haya de cero a veinte cigarrillos, sumada a la posibilidad de que la etiqueta no haya existido nunca y que estemos siendo demasiado platónicos...
Una etiqueta eterna mientras no se pretenda dejar de fumar. Pulmones no susceptibles al cáncer por escepticismo frente a la realidad material.
No hay nada inexistente que pueda enfermar, salvo la voluntad...
Va aceptando la nueva sensación térmica y la humedad en su respiración, y esto es cierto. Lo dicen sus ojos vacuos que no padecen la diferencia: no hay una mueca que demuestre lo contrario. Es un hecho. El contraste de la sombra con el haz de luz que refleja algo amorfo pero brillante, como un gato de látex o un noúmeno kantiano. Por ahí anda la cosa. Si no es eso, le pasa cerca.
Quiere levantar los despojos, quiere poseerlos, porque sabe que no se agachará para semejante estupidez. Lo hace en una representación y se ve ridículo... precioso pero ridículo.
Vocifera una frase en ruso, que pareciera ser una cita de Stalin, un poco adversa considerando la temperatura.
Como podría ser previsible, cierra la puerta con vehemencia. En el vidrio no queda ni una gota, se precipita y se revientan contra un tope que les era ajeno en algún momento, vaya a saber uno cuándo.
Empieza el debate aletargado de conformidades, como siempre pasa con la lluvia.
Sabe que está sólo. Siempre lo supo. Pero de noche es distinto. No termina de aceptar la compañía de la noche, su densidad puede palparse, sentirse en la saliva que parece de otro. Fumar en el agua es hacer todo, menos fumar. El cigarrillo se termina porque al cine se le ocurre. Y el tabaco parece distinto.
Para colmo de males, tiene más frío del que debería tener en este escenario. Está bien que éstas sean sólo palabras, pero hace frío en serio y se está entumeciendo.
Maldice la primera cosa que se le presenta, pasa por delante de uno de los faros, siente el arma que ya se enfrió y permanece en cuanto tal. Desligada de su función, es fría. Cuando gatilla, sigue fría, pero funcionalmente. Pretende ser un arma de fuego, pero no condice con su temperatura. Le cuesta empuñarla, le cuesta la Posibilidad presente, le cuesta la ausencia, se lo impide su manera de percibir los movimientos cuando la mano está bajo estas condiciones.
Esto no le importa, y termina apuntando a la ventana que muestra una silueta impersonal.
El arma de que se trata podría importar si no fuera un existenciario, si no fuera sólo una condición de posibilidad para un otro que, al escuchar el disparo, se desvanezca en un correlato de supuestos: el supuesto de que haya una habitación que lo contenga, el supuesto de que la silueta sea de nadie, y el supuesto de que el hedor de la putrefacción no termine por convencerlo de que las sombras no desaparecen en una habitación, a menos que nunca haya existido y los zapatos brillantes no sean más que tu silueta empañada en un vidrio a punto de distraerse en la corrupción de su forma...

Foto: Eden Hotel - Ventana ¿vacía?

9.5.07

Argumento


Una casa.
Una habitación dentro de esa casa.
Alguien en la casa.
Uno de los azulejos de la cocina vibra al compás de la gota que cae desde la canilla.
El resumidero es eso mismo: el resumen detallado de los ingredientes que intervinieron en el almuerzo.
A la altura en que se encuentran las circunstancias, no se puede vislumbrar lo que son todos esos residuos melancólicos de espíritus negros que los padecen más de la cuenta…
El aire es color azul y le entra por la nariz, devolviéndolo color blanco a través de sus fauces, afanadas en lo celeste, en lo relativo al cielo…
Penas de variadas formas que se enroscan en sí mismas pierden su lazo con lo material.
Tres movimientos de la puerta, a manera de un gran abanico, hubieran bastado para echar a patadas a esos fantasmas del desprecio, su peor defecto, manifestado en su soledad… La puerta no se abre ni se cierra, mucho menos tres veces…
Balance: tres cigarrillos –uno de ellos prendido, aunque de costado-, un perro a punto de caer en la depresión húmeda de ver precipitarse la lluvia a través de un vidrio empañado. Una lagaña fluye estáticamente por el costado derecho de su hocico y no cae nunca, ni siquiera en una eternidad medieval, fabricada por ángeles omnipotentes, maquiavélicos artífices de futuros complots contra el dictador de turno…
Dos categorías contrapuestas: el tiempo, y el tiempo donde transcurre aquel primero (¿falacia?, no me importa…)
Uno y sólo un "a la tarde nos vemos" haciendo eco en su mente vacía de espacios diagramados.

"Tengo miedo de no volver, de quedarme en la meseta infinita de la contemplación" –se dice.
Vuelve atrás in mente para agarrarse de una felicidad pretérita, y más que perfecta.

"Vaticino un desacuerdo entre mi reloj y el que se comunica por teléfono, oficialmente" –decidió. "SER, NO SER, DEVENIR, Y MÁS NADA; PERO UN RATO DESPUÉS" –concluye.

Toma la manteca de cacao, la unta en azúcar y come la mitad de la barrita, pensando en chocolate en rama de Bariloche. La heladera está muy lejos y no hay nada que hacer al respecto: el agua se quedará en su lugar, enfriándose un poco más hasta que no se toma por desprecio mutuo entre la garganta y bajas temperaturas cuyanas.
El tercer cigarrillo se vuelve colilla de una película sobre el síndrome de abstinencia, un juego de letras sacadas y otras puestas con transportador.
Lisa y llanamente: así descansa la hoja en blanco que será garabateada por caracteres arábigos y conectivas en grandes cantidades.
Mira al perro, que ya cayó en la angustia más kierkegaardiana que hay, y siente una estruendosa empatía, que modifica hasta llevarla al lado de la compasión.

"Pobre animal, no entiende nada" –piensa el perro en un acceso de terapéutica psicológica para malos estudiantes. "Si se mata, ¿cómo hago para salir de esta pocilga sin morirme de hambre antes? Tengo que empezar a llorar al lado de la puerta para que me deje salir ya".

Los aullidos lo desconcentran de su insomnio de cafeína y nicotina y lo proyecta instantáneamente en la habitación, en el ruido de la gota, en la vibración del azulejo, en la picazón de su cuero cabelludo. Si le abro, no lo veo más –intuye. Lo mira a los ojos y lo estudia con minuciosidad científica, casi oriental. Un halo de escapismo pigmenta la córnea de uno de sus ojos, ese desprovisto del río estático, mera refutación a Heráclito.

"Yo sabía que los colores primarios no podían ser sólo tres, ése era el color que buscaba" – dice mientras sacude la cabeza de su perro sin dejar de mirar su hallazgo cromático. "No ver los UV y los infrarrojos obedece a incapacidades materiales, en cambio el no ver el color “escapismo” es una falencia intelectual, casi voluntaria, porque no es una cuestión de grado".

Tres casualidades habían creado el destino de que ese perro estuviera ahí: salir a caminar siendo que nunca lo hace; hacer ruido con una lata pateada a los fines; y el alboroto canino que produjo tal despilfarro de ondas sonoras, vibrantes, secas a las cuatro de la matina.

"Éste no puede ser mi destino" –se convence haciendo un ficcional descubrimiento de su verdadero fin, como un flash oracular a punto de vaciarse en un estado de felicidad momentáneo, orgásmico y dador de mucha nada post factum.

"Éste sí…" –dice mientras acaricia con suavidad maternal su Colt 38. Hace tiempo que mastica tabaco y la posibilidad de jugar a la ruleta rusa con el tambor lleno, hasta el tope…

"Kirìlov no me puede haber convencido de la apoteosis del suicida, del suicidio como pontífice con la divinidad" –dice mojado con gotas de indignación que salpican su rostro para luego evaporarse en una mueca de resignación beligerante.

Hay una sola cosa que necesita resolver antes de tomar tamaña determinación. Su duda es la siguiente: si el lápiz 8B se puede usar de delineador. Su teoría: desde la dureza HB hasta la 8B, el nombre de la empresa es Faber Castell; sus usos van de los más duros (fines literarios o matemáticos) a los más blandos (Bellas Artes). Desde la dureza 8B en adelante, el nombre deviene en “Avón” o en “Maybelline New York” y su utilización se limita a la estética femenina o metrosexual.
Lo que no le cierra: el por qué le tienen que cambiar el nombre. Opciones: a) Es feo delinearse los ojos con un lápiz o con un delineador con marca de lápiz; b) Es bizarro y tendencioso escribir con un delineador grasoso, o con un lápiz con marca de delineador, aunque no en un vidrio.

¡Marketing!!!! –eurekea, después de lo cual empuña el revólver, alcanzándole los recursos nerviosos para disparar dos veces en su paladar, pero ni una más.

Un amanecer rojizo brota ahora de su boca profanada hacia el blanco piso de granito, que incluye un sinfín de estrellas en negativo, enmarcadas por la cuadrícula que organizan los zócalos.

"Buen argumento en contra del afán de trascendencia" –filosofa el perro mientras sorbe de a poco el tibio cielo de ese amanecer rojizo, como saboreando las penas líquidas del pobre diablo, del rojo manantial a punto de coagularse en una negra noche de descomposición visceral.

"Tendrías que dejar de leer Dostoievsky antes de dormir" –aconseja el perro al cadáver, sarcástica y groseramente.

Cuando deja de chupar ese manjar bucólico y ritual, se posa en frente de la ventana que hace un rato mostraba la lluvia y la descomposición de los colores. (Cálculo mental: gotas = arco iris = prisma de Newton = Dark Side of the Moon = Pink Floyd = disco que olvidé en el patio = disco mojado = disco + gotas = gotas. Entonces, el hecho de que mi disco está mojado es una Petición de Principio, un burdo círculo vicioso que no se puede creer…)
El aire azul deja de ingresar por su nariz, el blanco deja de salir de su boca, y su escarlata vitalidad cesa de fluir en su interior, casi tanto como la lagaña en el ojo del perro, pero con menos compromisos, sólo con la cantidad conveniente.
¿Es la “humildad” una qualitas sine qua non de la gente a la que le tocó ser de poco poder adquisitivo? ¿Conditio sine qua non? Espero que no, que predicar la humildad de un ambiente no se tiña de condiciones económicas ni de saltos lógicos entre Economía Política y Ética.
El escenario ahora se puede calificar de humilde, básico, minimalista. Decoración austera hasta en los más mínimos detalles: un cadáver en un lado de la habitación, un perro mirando por la ventana, una silla a punto de desarmarse, un escritorio, libros de la biblioteca municipal -con fecha de devolución vencida- en ese escritorio, un azulejo flojo y una gota pendiente de la canilla y ahora estrellada sobre la ensalada residual en el resumidero, casi sobrando de una epopeya vegetal. (¿Escatología vegetal?)
Ir corriendo un millón de monos con sus correspondientes máquinas de escribir; gritar hasta escupir las cuerdas vocales y luego no gritar más debido a la reciente extirpación (de sus cuerdas vocales, obvio). Eso era lo único que hubiera alterado tal disposición demiúrgica, voluptuosa y crítica acérrima de la estética clásica.
Todo azul, el cielo negro y un amanecer en la boca, el amanecer del silencio, del descanso, de los restos modestos de un alma infinita y rea de la materialidad.
Pero ya no, ahora sí que no, no te vayas a creer…
Comienza a husmear la mano en la que todavía descansa el arma, aún cargada con cuatro valiosas no-existencias. Lo sabe bien, son cuatro no-existencias. Una y sólo una basta para cada no-existencia, instrumentos de ahorro ontológico.
Unas cuantas unidades-caninas-de-medida-del-tiempo y ahora el animal repara en la bandeja con albóndigas que se distribuyen, con su correspondiente salsa a cuestas, en el cuerpo del protagonista de la eternidad, no sin hacer intervenir al piso. Sabe que será lo último que comerá, pasará un mes o dos antes de que cualquiera se percate de la ausencia del Pseudo-Kirìlov. Sabe también de las propiedades curativas de lo que todavía, aunque vestida ahora de una deliciosa salsa, reposa en la mano tiesa del muerto. “Una Colt 38” -recuerda.
El pensar en los días que le restan hasta sentir la inanición y la absorción del tejido adiposo, luego el muscular y quedar, finalmente, reducida a una bolsa de piel y huesos, le acrecienta el hambre sobremanera, violentamente. Comienza a olfatear el rostro desfigurado y mutilado –lleno de salsa también- y emprende la tarea de comer de a poco lo que queda de la carne en descomposición rápida, pero luego más todavía.
Suena una melodía electrónica en el bolsillo inutilizado por la posición en que han quedado las piernas provistas de jeans, las del muerto.

"¿Por qué será que tanta gente tiene sus bolsillos con melodías inverosímiles?, parecen robots" –piensa en un instante canino y lo descubre fugazmente:

"¡Marketing!!!!" –comprende el animal, luego de lo cual acaricia nuevamente la Colt, mueve la mano ya fría de su portador y se descerraja una dosis de no-existencia en la garganta, con un nuevo amanecer, nuevas estrellas, y nuevos motivos para destaponar el resumidero, pegar el azulejo y darse cuenta de que lo que vibraba era la putísima ventana…


P.D.: el narrador no era tan omnisciente como parecía… ¿no?


Dudas del autor acerca del argumento:

a) A los psicólogos: ¿pueden los productos de la esquizofrenia trascender a sus víctimas?
b) A los metafísicos: ¿existió realmente el perro, o era la creación mental del suicida?
c) A los cocineros: ¿era el amanecer rojizo burda sangre, o simplemente una rica salsa con albóndigas?
d) A los epistemólogos: ¿cómo se puede demostrar empíricamente el acontecimiento si no queda ningún testigo, al menos uno de la talla de Horacio en Hamlet?
e) A los literatos: the rest: is it silence?
f) A los esquizofrénicos: ¿qué eran las albóndigas: una esquizofrenia canina, que a su vez era producto de la esquizofrenia del suicida? ¿podrían llegar a ser sólo albóndigas?
g) A todos: las “Dudas del autor acerca del argumento”, ¿son parte del argumento?

Foto: Lados oscuros