4.6.07

Espejo


Sabe que no puede huir ahora. Está sola, las paredes que la encierran ahogarían sus gritos. No puede pedir ayuda. Aunque tampoco piensa hacerlo. No esta vez.
La voz de plata del espejo susurra a sus espaldas. Entonces, ella aprieta los puños, sus dientes rechinan, preparándose para lo inevitable. Éste es el momento, los remolinos que corren por su estómago lo anuncian. Las emociones se agitan y se confunden dentro de su cabeza. Sus pies giran en un solo impulso. Ahora.
Y entonces, sus ojos encuentran su afiebrado reflejo, que acecha en silencio. Ningún maquillaje puede ocultar las sombras grises debajo de las apagadas pupilas. Ellas han absorbido todo lo que encontraron a su paso, que se agita, se retuerce, vertiginoso.
Ella puede contar una por una las grietas que se deslizan por sus labios. Saborearlas, sentirlas, casi con orgullo. Sonríe. La sonrisa ahonda los surcos, pero ahora eso no importa. Levanta la frente y sonríe más, los dientes centelleando bajo la luz mortecina.
Abre las manos, las levanta hasta ponerlas justo frente a sus ojos. Las cicatrices que las serpentean parecen hablar con miles de voces. Dibujan el mapa que la llevó hasta allí, a posar sus pies en el lugar donde se juntan todos los senderos.
Sabe que los kilómetros andados le han regalado fortaleza a sus piernas. Sabe que ésta no es la meta, que aún falta ese momento, la epifanía, cuando todo encuentre sentido. Cuando ya no exista el por qué, cuando encuentre aquella pieza que cierre el círculo. Cuando su cuerpo ya no pueda ser límite para los sentimientos, cuando sus pies, al fin, dejen de tocar el suelo.

Foto: Instead of mirrors

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